Los Patrones –entre la barbarie y la impunidad.
En
Colombia la figura del patrón asociada a poderosos criminales es asunto
cotidiano. Los patrones representan la vigencia del mundo medieval y encarnan
los más grandes episodios de terror y humillación a la condición humana. El
patrón es el que está por encima de las leyes, de las reglas y de los límites
que puedan anunciar los derechos. Los patrones encarnan tres condiciones: son
propietarios de la tierra y de las riquezas que estas provean y quienes
habitan en ella, están a su merced como súbditos que deben lealtad al señor a
cambio de la cual reciben protección militar, ayuda económica y reconocimiento
social; constituyen una especie de monarcas, de reyes, que son protegidos por
sectores de la clase política y económica, militares y la iglesia católica.
Esta última asiente que el poder del patrón tiene alguna procedencia divina y;
son redefinidos y presentados socialmente por sus aliados y socios como
líderes, capaces de pacificar y ejercer un poder absoluto e incuestionable en
los territorios controlados con su poderío económico y militar.
Los patrones asumen que solo ellos tienen derechos, hacen depender de ellos la vida
de cualquier otro, bien sea de entre quienes están a su servicio y son
colocados en situación de inferioridad o de quienes califican como adversarios
o críticos. Igual hacen depender de ellos los deseos y la satisfacción de
necesidades de quienes son cobijados por su manto. Ellos definen los modos de
relacionarse, de vestirse, de vivir en los territorios bajo su control, imponen
toques de queda e indican las estrategias de guerra. Su servidumbre trata de
imitarlos, de seguirlos, de complacerlos, saben que se está más cerca o lejos
de ellos según los hechos de lealtad que logren demostrarle. Se miente,
se envilece, se injuria, se calumnia, se traiciona o se mata para complacer al
patrón. Un buen súbdito es el que pone su vida al servicio del patrón, el que
está siempre dispuesto a matar o morir por él, es capaz de torturar, mutilar,
ofender, humillar, para que el patrón sepa de su valentía.
Cuando
muere un patrón, sus súbditos, socios y aliados tratan de convertirlo en mito,
en leyenda. Por estos días en Colombia ha muerto quizá el más poderoso patrón
de los últimos cincuenta años. Un férreo campesino que logró sentar a otros
patrones en la misma mesa para imponerles sus propias reglas. Se hizo
propietario de un millón de hectáreas e incalculable número de cabezas de
ganado, recibió la concesión para la explotación sin reglas de las minas de
esmeraldas más importantes del mundo, fue el esmeraldero que obtuvo el mayor
reconocimiento en este campo de negocios, comerció con extranjeros (japoneses,
australianos, americanos, brasileros), propuso la creación de una bolsa mundial
de la esmeralda y pasará a la historia de quienes tuvieron relación con el como
el pacificador del occidente de Boyacá. No se ha calculado su fortuna, buena
parte de ella sostenida a través de terceros, pero habrá que contarla en miles
de millones de dólares sustraídos, arrebatados del vientre de una de las
regiones más ricas en recursos pero más empobrecidas y saqueadas del planeta.
Allí miles de personas incluidos niños, niñas, jóvenes han sido
sistemáticamente ultrajadas, degradas de su condición humana, humilladas
trabajaron durante décadas de trabajo elevado al más alto grado de explotación.
Niños que para pagar un plato de comida diario y un poco de agua se sumergen en
profundidades de 200 y más metros bajo tierra en jornadas de sumaban hasta 15
horas diarias -muchos nunca salieron y otros fueron asesinados al salir-.
El patrón se convierte en una leyenda que sobrevivió a más treinta atentados de
sus antiguos socios, evadió todas las formas de justicia incluida la de
ejércitos preparados para matarlo, fue amigo y aliado de presidentes,
congresistas, magistrados, generales, obispos y gentes comunes que un día
recibieron una caridad o sus vidas fueron perdonadas.
El patrón de los patrones, también es observado por haber sido el más poderoso
continuador de las prácticas medievales de terror. En la zona esmeraldera bajo
su dominio, que comprendía al occidente de Boyacá (y el oriente en el valle de
Tenza), los muertos asociados a su poder se contabilizaron por miles. Se ha
afirmado que hasta el proceso de pacificación que adoptó un modelo de Paz
Romana de no agresión mutua entre patrones con perdón y olvido sin
investigaciones ni castigos, firmado a comienzos de los años noventa, se habían
consumado más de tres mil asesinatos que quedaron en total impunidad. Fueron
víctimas de las que nadie nunca pudo reclamar e incontables las señales de
terror que quedaron en los cuerpos mutilados, destrozados, quemados con el uso
de prácticas de máxima barbarie.
De las minas bajo la autoridad de los patrones salían historias que rápidamente
se convertían en mitos, que contribuían para que miles de desplazados de otras
violencias de una misma guerra llegaran a las minas, para que los jóvenes de
los sectores populares sin oportunidades y empobrecidos desertaban de los
colegios y fueran en busca del embrujo verde, a enguacarse, a llenarse con el
dinero suficiente para vengarse de la pobreza, para comprar derechos,
para portar un arma, para intentar hacerse socio de un patrón ya reconocido y
tener autoridad, para no volver a recibir humillaciones. De todas partes
venían gentes pobres a buscar suerte en las minas, los patrones daban o
quitaban esa oportunidad. En las minas se vivía un modo de sobrevivencia
desprendido de todo compromiso, de toda ética, de toda responsabilidad, la
única regla a respetar era mantener lealtad hacia los patrones, quien la
traspasara moría.
De los patrones dependía el poder político, económico y militar. Los patrones
imponían candidatos ganadores en los procesos electorales, de ellos
dependía llamar a rendir cuentas a funcionarios y fijar compromisos a
candidatos para alcaldías, gobernación, congreso e inclusive presidencia. De
los patrones dependían las obras públicas y los informes que salían de la
región, los funcionarios estaban a merced de la autoridad suprema del patrón,
su función principal era servir a los intereses de los patrones, no de la
sociedad. Los funcionarios elaboraban y presentaban informes y justificaban
las decisiones ya tomadas por los patrones, lo demás eran excesos. Los altos
prelados de la iglesia con presencia en la región, aunque hacían manifiesta su
imparcialidad no se inhibían de exaltar a los patrones y exhibir en su pecho
los enormes crucifijos de oro macizo y esmeraldas incrustadas obsequiados por
los patrones, inclusive la virgen exhibía en su media luna los obsequios de los
patrones.
Ninguno de los patrones emblemáticos de la región esmeraldera como Efraín
Gonzales y el Ganso Ariza, lograron el poder de Don Víctor. Rodríguez Gacha el
Mexicano, socio de Pablo Escobar y los hermanos Castaño, patrones todos,
pusieron en evidencia la relación de las esmeraldas con la cocaína y el
paramilitarismo fortalecido con la creación de 63 cooperativas de seguridad
convivir en la región, cuya paternidad fue de Álvaro Uribe.
“Don Victor Carranza”, estuvo presente en todas las etapas de la explotación,
saqueo y guerra asociada a las esmeraldas y su autoridad recibida con temor
para los despojados y agradecimiento por sus beneficiados y benefactores fue
reforzada con la concesión privada de más del 60% de las minas de esmeraldas,
que recibió del presidente Misael Pastrana y las continuas intervenciones de la
jerarquía eclesiástica católica que se encargó de la construcción de un nuevo
imaginario social que presenta al patrón como líder y gestor de paz.
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