lunes, 15 de abril de 2013


Tres gaditanos han estado en la Franja de Gaza formando parte de una brigada solidaria que sirve de escudo humano para campesinos y pescadores 

( Julia Alarcón, Diario de Cádiz )

Pan para comer. Para vivir. Para subsistir. Eso es lo único que persigue el campesino palestino. Labrar su tierra para sacar de ella no sólo su alimento, también su dignidad, el derecho a trabajar su propio territorio. Lamentablemente, lo que en un principio parece tarea sencilla, en la Franja de Gaza no lo es. Cultivar el campo sin más herramientas que las manos -las segadoras son un privilegio al que todo el mundo no puede acceder- o faenar en la mar son acciones que bien pueden costarle la vida a más de un inocente.
Los habitantes de la Franja de Gaza sufren a diario el acoso del ejército israelí, que intimida a la población con la presencia constante de tanques, aviones, incluso con disparos al aire (a veces a tierra). Para evitar que esto ocurra, brigadas solidarias se desplazan hasta la zona y actúan como escudos humanos situándose a 70 metros de la frontera para que los palestinos puedan trabajar.

Esa fue precisamente la labor humanitaria que acometieron la semana pasada varios militantes de Izquierda Unida, entre ellos el eurodiputado sanluqueño Willy Meyer y los gaditanos José Antonio García, responsable de organización provincial del PCA en Cádiz, y Arancha García. "El hostigamiento de las tropas israelíes se frena cuando estamos allí de parapeto porque, en cierta medida, se sienten observados por Europa. Cuando nos ven tomar fotos, grabar con las cámaras... paran sus ataques", explica Arancha. "Aún así, un día amenazaron a los miembros de la brigada", apunta José Antonio.
Entonces sintieron miedo. El mismo que millones de familias que viven en esa franja de 45 kilómetros de largo por 10 de ancho "en la que hacía más de doce años que no podían ni sembrar ni recolectar nada", señalan ambos.

Pero con la llegada de estos escudos humanos todos se pusieron manos a la obra. "Ancianos, niños   adultos faenaron lo más rápido posible antes de que diese comienzo otro ataque. Y nos preguntaban entre expectantes e ilusionados: ¿Estaréis aquí mañana?".
Después de una dura y larga jornada, los palestinos sólo tenían palabras de agradecimiento. "Nos daban las gracias por estar ahí, por hacerles saber que no están solos", declaran los dos gaditanos, quienes admiten sentirse "orgullosos de servir de altavoz para hacerle   saber el mundo entero lo que está pasando allí".
¿Y qué es lo que pasa? "Que de  1.800.000 habitantes que hay en Gaza, 1.100.000 viven en campamentos de refugiados. Que el 100% de esta población vive sólo de la ayuda humanitaria de la ONU. Que la gente se ducha con agua salada. Que los índices de cáncer se están disparando... Por eso no podemos dejarlos solos en esa gran cárcel, la mayor del mundo", se indigna Arancha, haciendo referencia al aislamiento vivido desde 2006 hasta 2011, año en el que se abrió el paso de Rafat con la caída de Mubarak.

Estos cooperantes dan el relevo a otros, y así sucesivamente. Pero mientras el terror sigue imperando. Terror que se convierte en costumbre y que provoca que una familia sentada a la mesa ni siquiera levante la mirada cuando un ruido ensordecedor retumba en sus oídos y hace temblar los cimientos, los de su casa y los de sus vidas. "Esta bomba no era para nosotros".  Y siguen comiendo. "¿Hasta cuándo vamos a permitir esta situación?", se preguntan Arancha y José Antonio. 

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