martes, 9 de abril de 2013

Los Patrones –entre la barbarie y la impunidad.



Los Patrones –entre la barbarie y la impunidad.

 

 


En Colombia la figura del patrón asociada a poderosos criminales es asunto cotidiano. Los patrones representan la vigencia del mundo medieval y encarnan los más grandes episodios de terror y humillación a la condición humana. El patrón es el que está por encima de las leyes, de las reglas y de los límites que puedan anunciar los derechos. Los patrones encarnan tres condiciones: son propietarios de la tierra y de las riquezas que estas provean y  quienes habitan en ella, están a su merced como súbditos que deben lealtad al señor a cambio de la cual reciben protección militar, ayuda económica y reconocimiento social; constituyen una especie de monarcas, de reyes, que son protegidos por sectores de la clase política y económica, militares y la iglesia católica. Esta última asiente que el poder del patrón tiene alguna procedencia divina y; son redefinidos y presentados socialmente por sus aliados y socios como líderes, capaces de pacificar y ejercer un poder absoluto e incuestionable en los territorios controlados con su poderío económico y militar.

Los patrones asumen que solo ellos tienen derechos, hacen depender de ellos la vida de cualquier otro, bien sea de entre quienes están a su servicio y son colocados en situación de inferioridad o de quienes califican como adversarios o críticos. Igual hacen depender de ellos los deseos y la satisfacción de necesidades de quienes son cobijados por su manto. Ellos definen los modos de relacionarse, de vestirse, de vivir en los territorios bajo su control, imponen toques de queda e indican las estrategias de guerra. Su servidumbre trata de imitarlos, de seguirlos, de complacerlos, saben que se está más cerca o lejos de ellos según los hechos de lealtad que logren demostrarle.  Se miente, se envilece, se injuria, se calumnia, se traiciona o se mata para complacer al patrón. Un buen súbdito es el que pone su vida al servicio del patrón, el que está siempre dispuesto a matar o morir por él, es capaz de torturar, mutilar, ofender, humillar,  para que el patrón sepa de su valentía.

Cuando muere un patrón, sus súbditos, socios y aliados tratan de convertirlo en mito, en leyenda. Por estos días en Colombia ha muerto quizá el más poderoso patrón de los últimos cincuenta años. Un férreo campesino que logró sentar a otros patrones en la misma mesa para imponerles sus propias reglas. Se hizo propietario de un millón de hectáreas e incalculable número de cabezas de ganado, recibió la concesión para la explotación sin reglas de las minas de esmeraldas más importantes del mundo, fue el esmeraldero que obtuvo el mayor reconocimiento en este campo de negocios, comerció con extranjeros (japoneses, australianos, americanos, brasileros), propuso la creación de una bolsa mundial de la esmeralda y pasará a la historia de quienes tuvieron relación con el como el pacificador del occidente de Boyacá. No se ha calculado su fortuna, buena parte de ella sostenida a través de terceros, pero habrá que contarla en miles de millones de dólares sustraídos, arrebatados del vientre de una de las regiones más ricas en recursos pero más empobrecidas y saqueadas del planeta. Allí miles de personas incluidos niños, niñas, jóvenes han sido sistemáticamente ultrajadas, degradas de su condición humana, humilladas trabajaron durante décadas de trabajo elevado al más alto grado de explotación. Niños que para pagar un plato de comida diario y un poco de agua se sumergen en profundidades de 200 y más metros bajo tierra en jornadas de sumaban hasta 15 horas diarias -muchos nunca salieron y otros fueron asesinados al salir-.

El patrón se convierte en una leyenda que sobrevivió a más treinta atentados de sus antiguos socios, evadió todas las formas de justicia incluida la de ejércitos preparados para matarlo, fue amigo y aliado de presidentes, congresistas, magistrados, generales, obispos y gentes comunes que un día recibieron una caridad o sus vidas fueron perdonadas.  

El patrón de los patrones, también es observado por haber sido el más poderoso continuador de las prácticas medievales de terror. En la zona esmeraldera bajo su dominio, que comprendía al occidente de Boyacá (y el oriente en el valle de Tenza), los muertos asociados a su poder se contabilizaron por miles. Se ha afirmado que hasta el proceso de pacificación que adoptó un modelo de Paz Romana de no agresión mutua entre patrones con perdón y olvido sin investigaciones ni castigos, firmado a comienzos de los años noventa, se habían consumado más de tres mil asesinatos que quedaron en total impunidad. Fueron víctimas de las que nadie nunca pudo reclamar e incontables las señales de terror que quedaron en los cuerpos mutilados, destrozados, quemados con el uso de prácticas de máxima barbarie.

De las minas bajo la autoridad de los patrones salían historias que rápidamente se convertían en mitos, que contribuían para que miles de desplazados de otras violencias de una misma guerra llegaran a las minas, para que los jóvenes de los sectores populares sin oportunidades y empobrecidos desertaban de los colegios y fueran en busca del embrujo verde, a enguacarse, a llenarse con el  dinero suficiente para vengarse de la pobreza, para comprar derechos, para portar un arma, para intentar hacerse socio de un patrón ya reconocido y tener autoridad, para no volver a recibir humillaciones.  De todas partes venían gentes pobres a buscar suerte en las minas, los patrones daban o quitaban esa oportunidad. En las minas se vivía un modo de sobrevivencia desprendido de todo compromiso, de toda ética, de toda responsabilidad, la única regla a respetar era mantener lealtad hacia los patrones, quien la traspasara moría.

De los patrones dependía el poder político, económico y militar. Los patrones imponían candidatos ganadores en los procesos electorales,  de ellos dependía llamar a rendir cuentas a funcionarios y fijar compromisos a candidatos para alcaldías, gobernación, congreso e inclusive presidencia. De los patrones dependían las obras públicas y los informes que salían de la región, los funcionarios estaban a merced de la autoridad suprema del patrón, su función principal era servir a los intereses de los patrones, no de la sociedad. Los funcionarios  elaboraban y presentaban informes y justificaban las decisiones ya tomadas por los patrones, lo demás eran excesos. Los altos prelados de la iglesia con presencia en la región, aunque hacían manifiesta su imparcialidad no se inhibían de exaltar a los patrones y exhibir en su pecho los enormes crucifijos de oro macizo y esmeraldas incrustadas obsequiados por los patrones, inclusive la virgen exhibía en su media luna los obsequios de los patrones.

Ninguno de los patrones emblemáticos de la región esmeraldera como Efraín Gonzales y el Ganso Ariza, lograron el poder de Don Víctor. Rodríguez Gacha el Mexicano, socio de Pablo Escobar y los hermanos Castaño, patrones todos, pusieron en evidencia la relación de las esmeraldas con la cocaína y el paramilitarismo fortalecido con la creación de 63 cooperativas de seguridad convivir en la región, cuya paternidad fue de Álvaro Uribe.  

“Don Victor Carranza”, estuvo presente en todas las etapas de la explotación, saqueo y guerra asociada a las esmeraldas y su autoridad recibida con temor para los despojados y agradecimiento por sus beneficiados y benefactores fue reforzada con la concesión privada de más del 60% de las minas de esmeraldas, que recibió del presidente Misael Pastrana y las continuas intervenciones de la jerarquía eclesiástica católica que se encargó de la construcción de un nuevo imaginario social que presenta al patrón como líder y gestor de paz.

Desde Abajo 

No hay comentarios:

Publicar un comentario